Elías Rubio Marcos y su "CAJÓN DE SASTRE"

Recopilación de artículos publicados y otros de nueva creación. Blog iniciado en 2009.

miércoles, 25 de mayo de 2011

CUEVAS DE LA MOTA, VIVIENDAS TROGLODITAS EN PAMPLIEGA




FOTOGRAFÍAS: Pampliega, puente sobre el Arlanzón y mota del castillo (mayo 2011). Vivienda troglodita reformada (mayo 2011). Varios aspectos de las cuevas-vivienda (verano 2006).
Hace un año luz, o menos, con motivo de conocer la hoya de Guadix, donde según los arqueólogos acababan de aparecer en Orce restos humanos que hacían la competencia a los de Atapuerca, me acerqué a visitar las famosas casas trogloditas del lugar. A este respecto tengo que decir que, habiendo tenido la oportunidad de visitar una de estas viviendas y de recorrer todas sus estancias, quedé profundamente impresionado por su confortabilidad y por sus buenas condiciones ambientales, tanto de temperatura como de humedad y como por su aseo. Era verano y en el interior se encontraba uno como en la gloria. Y si no fuera por la oscuridad (pues no disponía de luz natural, solo eléctrica), poco diferenciaría aquella vivienda de cualquiera otra de bloques de pisos, ya que la distribución venía a ser la misma. Quedé impresionado, ya digo, quizá porque por aquellos años yo ejercía de explorador de cuevas en Burgos y todo lo que significara subterráneo me atraía especialmente. El hecho es que hace algunos años supe que en Pampliega hubo familias que vivieron en cuevas artificiales, en cuevas excavadas a los pies de lo que los pampliegueños llaman El Castillo. Ello me recordaba a Guadix y algo me decía entonces que habría de volver a la ciudad asociada al visigodo Wamba para conocer mejor el tema, como así ha sucedido. Hace apenas una semana volví de nuevo a Pampliega, en un día en el que desde el mirador de la iglesia pude disfrutar de la vega del Arlanzón como nunca antes la había disfrutado. Describir el paisaje primaveral de aquel océano verde, con los pueblos, cercanos y lejanos, rodeados de espigas puede ser una tarea ociosa, pues nunca habrá palabras que ensalcen la postal como merece. Pero, en fin, lo disfruté, y además, gratis. Bueno, al grano. Tras el flipe del mirador, encaminé mis pasos hacia la parte más alta del pueblo, donde debían encontrarse las cuevas-vivienda. Eran las primeras horas de la tarde, y cuanto más arriba del caserío la vega aparecía más esplendorosa. En lo que parecía un camino de ronda (luego supe que es por donde va una conducción de agua), antes de llegar a la picota del “castillo”, vi al mismo nivel lo que creí bodegas reformadas con mayor o menor gusto. ¿Serían algunas de aquellas posibles bodegas las viviendas que buscaba? Difícil saberlo, sin nadie que pudiera informarme en aquellos momentos. ¿Nadie? Nadie, no. Vi a un hombre que se acercaba lentamente en dirección al pinar donde yo me encontraba. Qué bien. Le interrogué: ¿Usted conoce a alguien que pueda informarme sobre familias que vivieron en unas cuevas que había por aquí? “Yo mismo” ¿¿?? ¿Y usted podría mostrarme dónde se encontraban las cuevas? “Claro”. Hacemos el recorrido por el camino del agua. “Se llamaban las Cuevas de la Mota y había seis. Seis familias llegaron a vivir en ellas. Mire: aquí, en esto que ve hundido, había una, en ella vivía una mujer que llamaban La Marión. En esta, que mi hermano la arregló para hacer un bar, vivimos nueve hermanos, cinco chicas y cuatro chicos, más mis padres, en total once personas”. ¿Nueve hermanos viviendo en la cueva? ¡Pues tenía que ser muy grande! “La cueva tenía un pasillo, dos habitaciones, con puertas, una a la izquierda y otra a la derecha, más la cocina, que estaba al fondo, donde ahora ve usted aquella chimenea. Y había también cuadras para gallinas y palomas, todo en la oscuridad”. No podía dar crédito a lo que oía, once personas viviendo en aquel angosto subterráneo me parecía algo extraordinario. ¿Y cómo se iluminaban? “Pues con velas y candiles de aceite. Cuando se hacía de noche, a dormir, y cuando salía el sol, todos afuera, como los caracoles”. ¿Y no se ahogaban con el humo de la cocina? Pues no, salía bien por la chimenea”. Hagamos cuentas: si mi informante vivió, como asegura, hasta los 20 años en la cueva, y ahora tiene 64, quiere decir que al menos hasta 1968 algunas viviendas trogloditas de Pampliega estuvieron habitadas. Un dato a tener en cuenta para la historia de la preciosa villa del Arlanzón, y de Burgos, sin duda.

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